Resultó que el satélite que veíamos en el cielo desde la tierra no era azul sino que dicho color se trataba meramente de una ilusión causada por la luz bailando y apareándose con las distintas capas de la atmósfera terrestre.
Cuando después del intento numero 9,999 por fin lo pudimos derribar nos dimos cuenta de que aquel objeto que observaba a la tierra con indiferencia desde las alturas era de un mucho menos poético color gris como hormigón.
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